Encapuchados para la horca by Ralph Barby

Encapuchados para la horca by Ralph Barby

autor:Ralph Barby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Relato
publicado: 2015-10-03T22:00:00+00:00


CAPITULO VIII

En el hotel, con la muerte de Sanders, se había creado un ligero desconcierto. Parecía que todo seguía igual, pero no era así. La viuda Sanders había regresado del sepelio enlutada y resentida; no semejaba dispuesta a ocuparse de nada.

Era la alborada. El entierro había sido rápido.

A Sanders no le había faltado un buen ataúd, pero la fosa que ya estaba abierta no tardó en engullirlo.

La dolorida y solitaria señora Sanders se tropezó con Jacky Packton.

—Buenos días, señora Sanders.

La mujer le miró a través del velo negro. Jacky intuyó una mirada de odio; no iba a ser fácil hacérsela como aliada.

—Usted es el culpable de que lo hayan asesinado.

—Yo no he sido su asesino, señora Sanders.

—Lo mataron cuando iba a verle a usted, me lo han contado.

—Posiblemente, porque tenía algo importante que comunicarme.

—¿Algo importante? ¿Qué le podía decir mi marido? El era un buen hombre. Usted ha hecho que lo mataran.

—Señora Sanders, ¿no le interesa que su asesino sea castigado?

—Naturalmente que sí.

—Pues dígame quién cree que puede haber sido.

—Si lo supiera se lo diría al sheriff, no a usted.

—Como quiera, señora Sanders, pero su marido murió porque iba a decir algo importante. ¿Podría decírmelo usted? Elio ayudaría a apresar a su asesino.

—No me explicaba nunca sus cosas, ¿Qué iba a poder contarle yo a usted?

—Quizá algo sobre el asalto al Banco de Wells City.

—¿Está loco? ¿Qué podía saber él de eso?

—No lo sé. Quizá mucho, quizá nada, pero es importante averiguarlo.

—El no sabía nada —insistió—. Comentaron que ese Banco fue asaltado por esos forajidos que se encapuchaban la cara con trapos amarillos.

—Los que asaltaron el Banco de Wells City iban encapuchados de amarillo, pero no eran la verdadera banda, sino unos suplantadores. ¿Podría decirme si hace cosa de un mes su marido se ausentó de Mc Gill?

—¿Hace un mes? Pues sí, recuerdo que fue a Wells City y allí tomó el ferrocarril para ir a ver a no sé quién. Tenía que comprar cristaleras para el hotel. Mc Gill es un poblado muy pequeño y estamos muy mal de suministros. Ahora, discúlpeme.

Sin cuidar los modos, la viuda Sanders se apartó de. Jacky Packton dejándolo solo.

«Comisario Canana» se llevó un cigarrillo a los labios y le prendió fuego parsimoniosamente.

De pronto, a través de la columna de humo, como una figura fantasmal, vio a alguien por el fondo de un corredor que caminaba furtivamente.

Bajó la mano y rozó la culata de su «Colt» 38. Tras comprobar que permanecía en su sitio, escondió la lumbre de su cigarrillo en el interior de la mano ahuecada y se dispuso a ir tras aquella sombra.

Al clavar aquel papel ofreciendo la exoneración para el que denunciase a los demás compinches del crimen, estaba seguro de que alguien reaccionaría.

Había sido como ir tirando serpientes de cascabel al interior de las casas y alguno terminaría por salir gritando, temeroso de morir a causa de su ponzoñosa mordedura.

Aquella sombra podía ser alguien que buscaba su supervivencia o quizá sorprender a alguien pata asesinarlo a traición. Fuera lo que fuese, él estaría preparado.



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